Las cosas cambian, siempre cambiarán, y aunque los cambios traen muchas cosas que nos desagradarán, también traerán muchas mejoras, y a eso hay que darle relevancia: a lo bueno, lo que vale la pena.
Así, en un abrir y cerrar de ojos, esta mañana me desperté y me dí cuenta de algo... ya era toda una mujer. ¿Adónde se fueron las colitas con las que solía peinarme mamá?, ya no las usaba más, tenía años de no peinarme así. Ahora mi melena siempre andaba suelta, alborotada, o a penas agarrada con un gancho en la parte más alta de mi cabeza... pero las colitas ya no estaban más.
¿Adónde quedaron esos vestiditos de Disney? cuando vestía de pies a cabeza colores rosados, con llamativos motivos de las princesas más populares de los cuentos, esos cuentos con los que soñaba, esas princesas que anhelaba ser, mis ídolos, mis fantasiosos ideales, ya no estaban más.
¿Adónde quedaron mis muñecas, mis osos de peluche y esa infinidad de juguetes con los que creaba historias en mi habitación? ya no están más... se fueron perdiendo, uno a uno, poco a poco, con el paso de los años. No queda ni uno, para el recuerdo.
Hoy me desperté, después de haber pasado esas horas de sueño viviendo en mi ayer, en mi infancia. Me adentré demasiado en mis recuerdos, volví por una noche a ser la niña, y no la mujer. ¡Era tan real! todo tan exacto, tan detallado... mis recuerdos me ganaron, cobraron vida, demasiado vívidos definitivamente, me la creí. Creí que era de nuevo esa pequeña, traviesa, imparable, soñadora, esa pequeña experta en buscar problemas, esa colochita desdentada, con raspones en sus rodillas, y mugre tras las orejas, que detestaba los vegetales, las tareas y la hora de bañarse y de dormir.
Soñé que mi abuela estaba ahí, lúcida, siempre protectora, pendiente de mi. Que mi tío me hacia morir de la risa, con sus carcajadas y chistes, que sólo él y yo entendíamos. Soñé con mi perrita, una callejera rescatada, llamada "piolina", jamás me amó... siempre me ladraba, buscaba morderme, pero muy en el fondo, nos queríamos. Soñé con mi madre, llegando tarde a la casa siempre, con su pelo afro natural, negro asabache, y su cara de cansancio, después de cada día. Tantos recuerdos que me han venido a la mente en una sola noche, fue muy fácil confundirme.
Me adentré tanto en el ayer, que ahora al despertar, me sentí como una completa extraña. No reconocía mi habitación, ni mi cama, y al verme en el espejo, me di cuenta que de aquella pequeña niña a penas quedaba reflejo. Mi abuela ya no era aquella señora fuerte y lúcida, ahora vivía en su propia realidad, dejándose vencer por los recuerdos y el alzheimer. Mi tío ya no estaba ahí para jugar conmigo, hace ya bastantes años que había muerto. Y mi mamá, seguía aquí, sólo que ahora con su pelo lacio, color canela, y ya con varios años más encima... la realidad me golpeo de una vez. Yo ya no tenía seis, tenía veinte, pronto veintiuno, y sí, las cosas cambian, es imposible suspendernos en el tiempo, aún más imposible es volver atrás.
Crecí, como todos crecen. La mayoría de los que estaban en mi vida cuando tuve seis años, hoy ya no estaban, por diferentes motivos se habían ido. Las personas siempre solemos tomar distintos caminos... eso pudo haberme entristecido, pero al mirar más allá, me di cuenta de que por todos los que se habían ido, muchos más habían venido, y a ellos sí, los tenía aquí. Buenos amigos, maestros, y amores... un amor, uno verdadero, soñado, como aquellos príncipes de los cuentos que un día leí, que un día soñé, ese no era un sueño, ya era una realidad; Me había convertido en la princesa de un príncipe, y viéndolo así, crecer no había sido tan malo. Mi realidad comenzó a gustarme.
El mundo con los años se pervierte, y nos lleva de encuentro, también termina pervirtiendo a todo aquél que en él habita. Ser un poco pervertido no es tan malo como suena; de hecho es necesario, para no ser pisoteados, para no permitir que se aprovechen de nosotros. No podemos ser eternamente niños, pero siempre debemos procurar guardar un poco de eso en nuestro interior... siempre conservar un poco de esa fe y de esa inocencia que caracterizan a los niños, esa imaginación, y esas ganas de comerse al mundo, esa seguridad de que nada es imposible, eso es lo que debemos guardar, no permitamos que los años y las experiencias nos arrebaten eso.
Crecer esta bien, aunque por ratos nos invada la nostalgia, y seamos presa de nuestros recuerdos. Las cosas cambian, siempre cambiarán, y aunque los cambios traen muchas cosas que nos desagradarán, también traerán muchas mejoras, y a eso hay que darle relevancia: a lo bueno, lo que vale la pena.
Crecí, y sigo creciendo, sigo aprendiendo de la vida, y lo seguiré haciendo, hasta mi último día.
-AdriannaRossi-
Uno aprende con cada día que vive... solo hay q tratar de captar lo mejor de cada día.
ResponderEliminarUn beso!
Que dulce que es la infancia... cuanta es la inocencia que vamos dejando atrás... Es precioso^^
ResponderEliminarUn beso
Uau, bonito texto! Crecer es inevitable y creo que es mucho mejor aceptar que es así por mucho que nos neguemos a ello. Ojala volvieramos por un dia a seer niños y a poder disfrutar de verdad de todo aquello. Porque claro, cuando lo tienes ... No lo aprovechas.
ResponderEliminarutilizando este razonamiento, entonces, veo que debo apreciar lo que tengo a mis 18, que cuando tenga 30 y me empieze a ver adulta pensare...'que buenos tiempos aquellos...' Jajaja... A mi.p me parece bello, crecer y madurar.
Es cierto, y uno se pregunta ¿cómo todo cambió tan rápido? Y de pronto somo otros sin mucho de lo que fuimos, pero como tú dices no hay que dejar de ser niños por completo.
ResponderEliminarMe gusta mucho el diseño de tu blog ^^
Saludos!
Te doy la razón, yo siempre intento mantenerme en contacto con mi niño interior. La suma de desencantos nos alejan de la capacidad de asombrarnos, si recuperamos eso podemos vivir mejor y más.
ResponderEliminarSupongo que en el fondo todos queremos ser como Peter Pan pero hay momentos en la vida en los que no queda otra más que crecer del todo y ese niño interior desaparece.
ResponderEliminarBuen texto
Un besote!^^