Hace un par de semanas, murió una primita mía... desde entonces he tenido la intención de escribir sobre ella, pero hasta ahora he tenido la oportunidad.
Sí, la muerte es parte fundamental e inevitable de la vida: todos nacemos condenados a morir, tarde o temprano, así es. Pues básicamente mi prima nació condenada a morir, sin saber lo que era verdaderamente vivir. Se llamaba Karla, y nació bajo una condición muy lamentable, que la sentenciaba a pasar sus días postrada en una cama, sin poder caminar, ver o comunicarse. El único sentido que mi prima tenía sano y bastante desarrollado era el de la audición.
Cuando mi prima nació, los médicos le dijeron a mi tía que difícilmente su hija lograría sobrevivir diez años, y anteriormente dentro de mi familia había habido un caso así, en el que la niña sólo había vivido hasta sus seis años. Aunque las palabras de los médicos fueron crudas, mi tía no se rindió, e intentó sacar a su hija adelante.
En plena guerra civil en mi país, mi tía y mi abuela llevaban a la pequeña niña en brazos, a que le hicieran terapias en sus piernas y manos, teniendo la esperanza de que la calidad de la niña mejorara aunque sea en poco; Así lo hicieron hasta que un día una de las mismas terapeutas (una muy insensible por cierto), le dijo a mi tía que dejara de perder su tiempo y gastar sus energías, que la niña no progresaba, y que muy probablemente jamás lo haría. Decepcionada, mi tía se resignó, y se limitó a cuidar a mi prima de la mejor manera que pudo.
Y así pasaron los años... rara vez podía ver a mi prima, usualmente mi tío la llevaba en brazos cada navidad a la casa de la abuela, que es donde toda la familia se reune año con año a celebrar esas fiestas. Apenas lograba ver escasos segundos a mi prima, en lo que mi tío la cargaba desde el microbús hasta una habitación aislada de la casa, ya que debido al desarrollado sentido del oído que tenía mi prima, la música, las voces y la pólvora que se reventaba afuera, solía alterarla mucho.
Recuerdo que de pequeña, en esas navidades, solía escabullirme al cuarto donde tenían a mi prima, y en el mayor de los silencios, me recostaba en la cama que estaba contigua a la suya... nunca fui demasiado sociable, y a mi también me alteraba un poco el bullicio de la gente. Estar con mi prima me transmitía un alto grado de paz.
Aveces de la nada, ella sonreía y se carcajeaba descontrolada, volteando sus ojos en blanco hacía el techo, como si estuviese viendo algo maravilloso, su rostro se iluminaba y era verdaderamente agradable verla.
Otras veces se estresaba, quizá porque escuchaba sonidos que no le gustaban, se alteraba y comenzaba a golpearse descontroladamente en la cabeza... llegaba al punto en que se desangraba las manos, y a mis tíos no les quedaba más remedio que amarrarle los puños, para evitar que se hiciera daño.
Aunque tengo muy pocos recuerdos de mi prima, los que tengo, los tengo muy presentes y claros.
Mi prima desafió los diagnosticos de los doctores, y se podría decir que se convirtió en un verdadero milagro; No vivió seis, ni diez años... vivió 38 años, y en esos 38 años se ganó el corazón de todos aquellos que pudimos conocerla.
Aunque tenía 38 años, para mi (y para todos en la familia) ella siempre fue una niña, y es que verdaderamente lo fue. Murió con un alma, un cuerpo y una mente pura... con una pureza que muy pocos logran concebir.
Su partida nos tomó por sorpresa, y verdaderamente quebrantó a mi familia, pero al mismo tiempos nos unió mucho... Definitivamente es en los momentos difíciles, cuando verdaderamente se muestran los sentimientos e intenciones de las personas; Y si hay algo que caracteriza a mi familia, es que pese a algunas diferencias que hemos tenido, somos una familia demasiado unida, con un profundo sentido de amor fraternal, bien inculcado por mis abuelos.
El pasado 2 de noviembre, como ya es tradición en la familia, fuimos todos a enflorar a nuestros familiares difuntos... Llevamos un canopy, y todo lo necesario para desayunar ahí, alrededor de las tumbas de mi abuelo, mis tíos, mi primo, y ahora mi prima Karlita. Generalmente pagamos a unos niños que merodean el cementerio, para que limpien las lápidas y planten las flores, pero este año fue diferente... en familia nos unimos, y ensuciando nuestras propias manos, abrimos uno por uno los hoyos, y plantamos las flores que llevamos. Las tumbas quedaron preciosas; Rodeamos la lápida de Karlita con flores rosadas, color quinceañera... cuando terminamos y vimos el resultado de nuestro esfuerzo, la sensación fue maravillosa.
Sí, me ensucié las manos, la ropa, y me quemé y sudé terriblemente, pero no cambiaría esa sensación por nada del mundo.
Espero no haberlos aburrido con esta entrada tan personal... pero verdaderamente necesitaba escribir sobre mi prima; Y es que aunque tengo bonitos recuerdos de ella, hubiese deseado tener más, pasar más tiempo con ella, pero ahora ya de nada sirve lamentarse, más vale recordar esos pocos, pero bonitos momentos que pasé a su lado.
Lo que puedo concluír de esto, es precisamente eso: apreciemos a nuestros seres queridos, y valoremolos en vida; No dejemos que las diferencias y los orgullos nos alejen de nuestra familia ni de nuestros seres queridos... quizá después nos arrepintamos y lamentemos, cuando ya sea demasiado tarde para recuperar todo el tiempo perdido.
Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.
-AdriannaRossi.-